Me llamaron
Vení Ariela, ahora hablo con vos.
Aquella tarde caminamos hasta el monte de álamos.
Al llegar pisaste al lado de un tronco, y giraste con la mano tomada de una rama.
Dijiste: "no tiene sentido"
Dijiste: "La semana partida estaba en este mismo lugar con Lucas."
Te estudié. Nada de muecas en tu rostro. Nada de picardía.
"Me lastimó, ya sabés. Y luego de todo... dijo que lo llamaron. Tiene diecinueve, es clase sesenta y tres"
Los árboles se mecían mientras vos, Ariela, aplastabas arañas sobre las cortezas rasgadas.
Aquella tarde las hojas producían un sonido muerto al pasar el viento
entre ellas. El pequeño bosque estaba rodeado por la llanura, veías el
arroyo y en el horizonte unas cruces, de formas variables,
que no pueden confundirse con un conjunto de iglesias. Nadie viviría allí.
Dijiste: "Los árboles son como una caverna." Y yo no entendía.
Dijiste: "Lucas era un árbol".
¿Cuál es el momento, Ariela, en que un sentimiento muere y otro lo reemplaza?
"Son muchos años de juegos, para dejarlos por esas hormonas que no llegan, entendés, ¡te asaltan!"
Te quitaste un zapato, Ariela, y también la media rota.
Acercaste tu pie a mi rostro. Tu pie, como un durazno rojizo.
Pensé: "Quiero tu muslo de almohada. Quiero tu ombligo de anteojo"
Pensé: "¿Porqué no?"
"Lucas dice que no me preocupe, que no lo mandan a las islas. No sé qué es lo que no entendió. Dice que no me preocupe. Cree que me tiene, el imbécil"
Estiré un dedo. Hiciste como que me quitabas una rama.
De chico pensaba que nada me podía pasar.
Pausa y ahora hablo con Mamá. Mamá, te pintabas los sábados, te arreglabas, y frente al espejo, sostenías a la altura de tu rostro tu mano, la sostenías un rato (largo, muy largo rato para mí) y sin que yo pueda adivinar el momento, te dabas una cachetada. Ahora me doy cuenta que era fuerte. Lo sé porque recuerdo la marca de los dedos, marca roja en tu mejilla. No llorabas: te dabas vuelta y decías, las mujeres son fuertes. Una vez te tiraste una olla de agua hirviendo sobre tu vientre, en el fregadero. No llorabas. Otra fue probar que tanto podías cerrar una puerta con el meñique entre la puerta y el marco. No llorabas. Nada le puede pasar a mamá. Basta de hablar con vos vieja.
Vení Ariela. Sos más joven y te sale sangre si te ato fuerte con hilo de pesca.
"¿Porqué lo hice?"
Subía la humedad desde el barro bajo las hojas.
Nosotros, nos habíamos colocado sin saberlo,
como acostados sobre una tumba.
Como fríos al día único.
Había sol. No había sol.
Los hijos del dueño iban a caballo de las escopetas cargadas con cartuchos mojados.
Una vez me dejaste verte, jugamos a que yo era Lucas. Te até. ¿No lo dije Ariela?
El resto del tiempo, quiero decir, fuera del monte de álamos, eras la sirvienta.
Al caer el sol, me paré, te dije "limpiá mi barro". Y me desabrochaste.
...
Pensé: "Lucas puede no volver. Ahora tengo que decidir: O ella no vuelve. O no vuelvo yo." Leer más...