miércoles, 16 de febrero de 2011

Versiones sobre la semilla del mal

I

Los párpados estaban adheridos, al igual que esa extraña penumbra del despertar, mientras un agudo sonido aparecía y desaparecía, aparecía y desaparecía generando una molesta expectativa convocada por su repetición.
A través de los párpados supo que ya había amanecido.
Antes de atender el teléfono quiso evocar la atmósfera onírica que, irremediablemente, había huido al olvido. Pantanoso el territorio de ese olvido.
- Hola ¿Quién es?
Cavernosa le salió la voz.
- Qué hacés. ¿Pasó algo?
Pausa.
- Che, pero qué hora es.
Sigue sin abrir los ojos.
- Está bien, siempre me despierto a las siete, más o menos. Hoy tengo el reparto, pausa para almorzar y…es martes, ¿no?
En el primer intento fracasa. Luego vislumbra los claroscuros que se filtran por las hendijas de la persiana.
- Bueno, dale. Sí, me organizo. Hablo con Armando, no hay problema. A eso de las cuatro me libero.
El reloj digital indica las 7:53
- Por Independencia, como siempre.
Gira en la cama hasta quedar boca arriba. Se refriega los ojos y quita algunas lagañas.
- No, dejate de joder. Sigo solo y sin prisa. No empecés…
Extiende un brazo, lo alza y se despereza.
- Dale. Ahí estaré. Un abrazo.
Al colgar el tubo del teléfono bostezó un par de veces y percibió, una vez más, la monacal blancura de su habitación. Como quien se desprende de sí mismo, notó que los pensamientos no lograban despuntar, ni encontrar hilación alguna. Sin sentirse perdido, hizo un pequeño esfuerzo por incorporar el cuerpo, apoyar ambas piernas sobre el parquet, calzarse las ojotas y, con algún bamboleo, dirigirse al baño. Mientras se lavaba la cara, repasó el periplo que lo llevaría de Caballito a Villa Luro. Un periplo recorrido durante más años de lo necesario. El oficio del repartidor había llegado a su fin. No obstante, algo lo retenía en el equívoco lugar de la fijación. El hombre estaba confinado a ser el rapsoda de una segura desazón.
Y sospechaba bien.
Mientras se observaba el rostro reflejado en el espejo, esa expresión acentuaba las comisuras de los labios hacia abajo, en dirección al mentón.
Aún no estoy vencido, pensó.
Aún no ha llegado mi hora.
Antes de buscar la furgoneta, decidió que se trasladaría por Avenida Rivadavia desde Río de Janeiro. Acomodó papeles, documentos y recibos en una cartera. Luego se palpó el abdomen, aún firme pero prominente, y lanzó al aire una falsa promesa. Creyó en ella una vez más sin resignarse a que el gimnasio nunca será el ámbito propicio para ejercitar la continuidad.
En la balanza doméstica acusó 91 kilos. Luego evocó la dieta sugerida por el clínico para bajar el nivel del colesterol. Luego despidió una breve puteada y puso manos a la obra.

__________


Una vez cumplida la extensa faena, se detuvo en un parador. Allí deglutió un pebete de jamón, queso y tomate acompañado por un vasito de tinto y un café doble bien cargado. Le dejó la furgoneta al socio y fue, con parsimonia, hasta la esquina en la que su cuñado lo pasaría a buscar.
Y lo buscó nomás. Puntual el cuñado. Dos veces tocó la bocina.
- Qué hacés, Juan. Cada día es un milagro que nos ofrece Dios, querido. Cambiá esa caripela, te lo pido pro favor. Subí que nos vamos.
Uno bien podrá suponer que en pocas palabras pronunciadas se constituye el retrato de lo humano. Es más, diría que comparto esa idea traída de la experiencia. Sin embargo, en aquella vespertina ocasión, percibió la gestación de un visceral temblor a partir de lo que emanaba su rostro.
¿Y qué emanaba?
Aquí entramos en terreno conjetural, lo sé. Y podemos cavilar entre tinieblas, entre imprecisas observaciones que la memoria, como de costumbre, traiciona con su fe, a veces inquebrantable, otras permeable a los vaivenes que provienen del relato, su repetición, su modificación, su convergencia con imágenes que provienen de álbumes, fotos y grabaciones caseras.
Después de atravesar calles empedradas, tomó por Juan B. Justo.
¿A dónde iremos? –se preguntó.
Cruzaron por la cancha de Vélez y subieron al Acceso Oeste.
¿Un nuevo supermercado?
¿Un templo arcaico?
¿Alguna reunión ecuménica?
En la radio suena jazz.
- Al fin te modernizaste, Tito. ¿Qué pasó?
- Y…cuando entraste a Piazzolla no sabés donde podés desembocar. Es lógico, ¿no? Por otra parte, no creas que sólo escucho música sacra.
Suena la primera etapa de Miles, Coltrane, Thelonius. Eleva el volumen y se jacta de los nuevos parlantes Pioneer.
- Escuchá esos graves.
- De primera.
También pisa el acelerador después de dejar atrás los ladrillos del Hospital Posadas.
- ¿Qué pasa? ¿Apurado por rezarle a la virgencita en Luján? ¿Una visita al cura sanador? ¿Sigue en actividad tu amigo de Moreno?
- Ansioso, Juancito. Sorpresita de primavera. ¿Acaso te fallé alguna vez?
Tito se mantiene sobre su carril izquierdo y no baja de 130 km/h.
- Mirá que hay radares.
- ¿Y qué creés que detecta este aparatito? GPS, cuñado, de última tecnología alemana.
Cada tanto lo observaba, de perfil, y a pesar de tener puestos los anteojos de sol, notaba una mirada vidriosa, de quien descansa mal, o viene consumiendo anfetaminas u otras sustancias de alto voltaje durante un tiempo considerable.
Juan tenía varias preguntas atragantadas que nunca supo formular.
Más allá del machismo imperante en Tito y su devoción religiosa, no comprendió cómo habían llegado a consolidar un íntimo nivel de complicidad, siendo su única hermana la mujer de Tito. Tampoco comprendió el o los motivos por los cuales esa mujer ha elegido a este hombre como compañero de ruta.
En fin, el misterio restituye los meandros de su insondable recorrido y uno transita por él como cualquier ignorante.
En el coche habían estampitas, un rosario blanco colgado del espejo retrovisor y una oración de agradecimiento al Santo Patrono de la paz.
De repente, cuando menos lo esperaba, el auto viró en la entrada a Padua y Merlo.
- ¿Por acá?
- Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas. No te asustes, que no aparecerán los indios ranqueles.
Luego tomaron un nuevo camino, el de la Ribera, y bordearon las vías hasta un cruce.
- Esto es nuevo.
- Así es. Acá se invierte. Por eso me gusta.
Reconoce que cada día maneja mejor, como si el vehículo fuese la prolongación natural de su cuerpo.
Entre un desvío y otro, el paisaje de suburbio se torna inhóspito, con casas bajas, prefabricadas, un camino de tierra a la vera de un arroyo caudaloso y la irrupción de los primeros alambrados.
El cuñado, con una mano, extrae del saco un paquete de Marlboro.
- ¿Qué? ¿Otra vez?
- La ocasión lo amerita.
Lo ayuda con el encendedor y se siente perplejo.
- Volviste.
- Siempre se vuelve al primer amor.


__________

El auto detenido alrededor de unos cañaverales. La puerta del conductor ha quedado abierta.
Ha cambiado el cielo, como si quisiera abrirse, aunque estén rodeados de nubarrones oscuros.
Silencio.
Silencio del atardecer.
Silencio de tonos rosados y violáceos que se tornan malva mientras se oye la sonoridad de los grillos.
Quedan marcadas las huellas, los surcos de unas botas y de un par de zapatillas. Esas marcas se desvían del camino e ingresan a un pastizal devenido pantano. Se oye un murmullo de voces. Luego, al aproximarme, sólo oigo un tono de voz. Un hombre que le habla al otro.
Monólogo de quien arenga, adoctrina o imparte justicia.
Monólogo de la certeza.
Me aproximo. Lo hago con sigilo. Una mata de plantas silvestres me rodea. Así me siento protegido. A través de las hojas, algunas florecidas, en posición oblicua respecto a los protagonistas, observo a uno sentado, abrazando sus piernas flexionadas y atadas con la mirada perdida en el suelo.
Hombre tan abatido como sorprendido.
El otro camina a su alrededor portando un arma en la mano derecha. Lo mira, mira al vacío y también levanta la vista sobre un cielo encapotado que se aproxima como un aciago presagio. No deja de gesticular y de buscar razones que no alcanzan.
Insiste.
Fracasa.
- Por eso te traje acá, cuñado. Aunque no entiendas nada, lo hecho, hecho está. Y es irremediable. Me mirás con esa cara y no sé si creerte. En fin, me tenés que dar una respuesta. Una sola, Juan.
También se nota que el hombre al que llama Juan fue golpeado en el rostro. Una mejilla hinchada y la otra con un ligero corte cercano a la sien.
- Decime qué y se acaba esta farsa. Estás del tomate, Tito.
Éste suelta de inmediato un cachetazo que resuena como si fuese lanzado por un látigo.
- Escuchá y no interrumpas más. Soy yo el que manda. ¿Está claro?
Asiente con la cabeza.
- Decime, pero respondé de frente. Mirame. Eso, levantá la cabeza y mirame. Así.
Lo mira desconcertado.
- ¿Vos sabías que Pancha se veía con otro hombre?
Frunce el ceño.
- ¡Dije que respondas!
- No.
Tenue la respuesta.
- ¿Cómo?
- Que no, boludo. ¿Qué es lo que te pasa?
- Me estaba siendo infiel, se veía con otro hombre.
- No, pero…¿cómo se te ocurre? Mi hermana. ¿Acaso no la conocés?
- Rompió el pacto –dice sollozando.
- No, Tito. Nunca lo hubiese hecho.
- Alta traición.
- No es posible. ¿Por qué creés que lo hizo? Estás en pedo.
- Imperdonable su traición y su engaño.
- ¿Y cómo sabés?
Hay congoja, respiración entrecortada y desesperación en el hombre.
- Ya es tarde.
- Qué decís.
- Es tarde.
- Contame lo que sabés. Ya vas a ver que te equivocaste. Intensidad interpretativa, que le dicen. ¿Cómo se te ocurre?
- ¿Cómo? Escuchá.
Lo patea en un hombro. Sin fuerza la patada.
- Me cagó la vida, Juan. La cagó para siempre.
El hombre escupe. Vuelve a apuntarlo y agrega:
- Y dejá de actuar como un Juez. Si estás disimulando te voy a volar los sesos.
- ¿Juez? ¿Qué estás diciendo? Desembuchá y largá lo que sabés.
Nuevo cachetazo.
- Ahora escuchá y cállate.
Lo hace. Al cabo de una breve pausa, prende otro pucho, observa el cielo gris en expansión y luego recobra el aire. Dice:
- No sé cuando empezó, pero la intuición no falla. Una vez que ingresa el gusano a la manzana, ésta se pudre. Es la ley natural. Y digamos que empezó en la mirada, su mirada, su forma de de alejarse, eludirme, llegar más tarde, rehuir el contacto, decir que no, que otro día, que está menstruando o que le duele la cabeza, qué se yo. Ya conocés a las mujeres. O no. Hoy más bien diría que no tenemos la menor idea de lo que anida en esas almas reguladas por hormonas y por ciclos lunares. En fin, luego empecé a buscar señales, Juan. Señales de cualquier tipo. Oré y hablé con santos, olfateaba su ropa interior recién dejada para lavar, la seguí unas cuadras, levantaba los mensajes del celular, leía sus mails después de descifrar la contraseña. Abrí su billetera, San Francisco seguía allí (lo que me tranquilizó un rato), pero recuerdo que alguna vez entré al baño de repente, mientras se duchaba, y la observaba desnuda, de arriba abajo, en busca de alguna señal, soportando sus insultos por el modo de irrumpir e invadir su privacidad. Llegué a olerla de noche, después de pedirle perdón a Dios y María santísima, por sus zonas íntimas, vos me entendés, confundiendo aromas que no lograba especificar, con lo cual se acrecentaron mis devaneos alrededor de una sospecha que me poseía. Inexorable ese crecimiento. Tras cartón estaba día a día más distante, ensimismada en el laburo, conectada a Internet, meta mensajito desde que llegaba a casa. No hubo caso: el gusano ya anidaba en la manzana y ésta se podría. Estamos en presencia de lo inevitable. ¿Me entendés?
Volvió a asentir.
- Entonces para qué lo complicás. Nosotros fuimos cómplices y compañeros en innumerables ocasiones y siempre estuvimos al pie del cañón. ¿O no?
Nuevamente asiente.
- ¿Quién te entiende a vos?
- Nadie. Es que estás totalmente trastornado, estás loco. ¿Cómo podés creer que mi hermana te haya cagado? Para colmo me endilgás participación silenciosa en semejante disparate. ¿Qué querés que te diga? Estás delirando, viejo. ¿Acaso lo pudiste comprobar?
- Decilo.
- Te lo estoy diciendo, carajo. Recién me desayuno con tus alucinaciones y nunca hubiese imaginado algo parecido, porque es imposible que ella te cague. ¿Me podés soltar?
- Nada es imposible. Decilo.
- No tengo más nada que decir. Volvamos, Tito.
Carga el arma y quita el seguro.
- Como de costumbre.
Se aproxima y le apunta a la cabeza desde unos 3 metros.
- Antes quiero contarte lo que ha sucedido.
El cuñado murmura.
- Cerca de acá, en un desvío del arroyo, la traje anoche. También la até, Juan. Actuó como una yegua desacatada. Por momentos gritaba, lloraba, decía lo mismo que vos, que estaba chalado, desencajado, que cómo no lo había hablado antes. Le dije que me he descubierto, Juan. Dije lo que soy y siempre he sido: un purista. Un hombre que se mueve por confianza y fe ciega, que empeña la palabra, que cumple su promesa y asume sus compromisos. Y hay que llegar a la médula. Tocar fondo y reconocer al habitante de nuestra alma, duela lo que duela, cueste lo que cueste, y admitir que jurar amor ante cualquier adversidad no es moco de pavo. Y yo juré, Juan. Juré y cumplí. Juré y me consagré al matrimonio. Juré y estoy bajo juramento hasta el día del juicio final. Y le dí una última oportunidad, la oportunidad de una última confesión, como la unción de los enfermos.
El rostro de Juan se deforma.
- ¿Qué le hiciste?
- Y se mantuvo incólume. No lo reconoció. Ustedes, y no es novedad, son de tal palo tal astilla. Terca como una mula nuestra Pancha Rodríguez. No aflojó ni bajo el agua.
- Qué hiciste…-dijo resignado, en voz baja.
- Lo que debía de hacer. El mandato ético, Juan. Tenía un bidón de 5 litros de combustible.
Juan cierra los ojos.
- Son 5 litros inflamables sobre un cuerpo con 5 litros de sangre contaminada. Ella, me pareció, empezó a orar. Y luego, sin mediar pausa alguna, encendí el Zippo y lo arrojé sobre su cuerpo de pecado. Y al pecado hay que inmolarlo, claro. Lo demás es mejor no imaginarlo.
Los ojos permanecen cerrados.
- Dos gotas de agua, ustedes. ¿Ahora te ponés a rezar?
Caen las primeras lágrimas. El hombre se aproxima aún más y sigue apuntando con el arma.
- Es el fin, Juan. Decilo y te salvás.
Ahora apunta a la sien.
Silencio sobre una luz mortecina que me quita el aliento.
Estoy paralizado.
El cuerpo quisiera intervenir. La conciencia no me deja, ni me dejará. Lo sé.
Aunque suene inverosímil, intuyo la presencia de otro testigo. Como si alguien conociese los pormenores que confluyen en esta trágica historia.
Lo presiento cerca, a mi lado.
Por supuesto que no lo veo.
Tiemblo.
Sospecho que ambos podemos ser el mismo.
Entonces también cierro los ojos.
Con la mirada clausurada intento imaginar los diversos precedentes que convergen en esta escena.
Con esos ojos envueltos en la oscuridad oigo el disparo.
Uno solo. Seco y feroz.
Al instante se oye la caída de un cuerpo.
Al instante siguiente una voz cavernaria que grita:
- ¡¡NOOOOOO!!
No es necesario abrirlos para percibir el estado de las cosas cuando la negación, en definitiva, es el primer grito de libertad del hombre.
El grito inaugural que bifurcará al infinito las peripecias de nuestra extraña y humana condición.
Quien sobrevivió, lo supe más tarde, fue evocado por las imágenes dispersas que se reunieron en un sueño, en el terreno pantanoso del sueño que, sin darse cuenta, constituye al mundo con semillas que pertenecen al ámbito de lo imperecedero.



II

He regresado a mi habitación. Lo hice con sigilo, albergando en mi mano derecha una piedra. Juego con ella mientras arrojo un maletín sobre la cama, enciendo la tele y prendo un pucho.
Con la mano izquierda levanto la persiana y percibo incontables luces titilantes sobre una noche de cerrazón.
Incontables historias, pienso, transcurren sin su narrador.
Percibo familias reunidas alrededor de una mesa, alguna que otra pareja conversando en el balcón, madre e hija discuten para sentirse unidas y debajo de ese departamento hay un viejo que chupa del mate y dialoga con el conductor de un programa de radio.
En medio de esta inabarcable fauna humana, también estoy ocupando mi lugar en el mundo a través de palabras que no podré escribir. Entonces busco mi grabadorcito de periodista, noto que las pilas están intactas y cargadas, balbuceo alguna que otra queja debido a las puntadas que acechan sobre mi cintura, y me recuesto.
De inmediato apago la tele.
Luego oigo mi respiración. Entrecortada esa respiración. Agitada por momentos.
Un par de veces suspiré. Luego tosí. Aspiré profundamente el cigarrillo y lancé volutas de humo espiraladas. Observé cómo se disipaban sobre las pequeñas grietas que tiene el techo. Blanco el techo y blancas las paredes.
Sé que no podré escribir.
Luego enciendo el grabador, gira la cinta de la cassette y cierro los ojos.
Vuelvo a suspirar.
Sé que podré hablar. Hablar y confesar. Hablar y contar. Hablar y adquirir conciencia de los hechos, su sucesión, la materia prima que hace reverberancia en mi interior, donde el estado de ebullición revela un diagnóstico. Unívoco el diagnóstico: la traición.

__________


Nunca sabremos cuál es el origen de las cosas; para qué andar macaneando. Sin embargo, cuando menos lo esperamos, despunta algo, una sensación, un nudo en la boca del estómago, la carcoma, el giro inesperado al despertar, al mirar, quizás por vez primera, desde otro lugar.
Y en ese lugar la veo llegar, como todos los días, a mi mujer: un beso en los labios, hola, cómo estás, cómo estuvieron las cosas en el juzgado, ¿cansada?, dale, voy preparando una tarta, la de puerros, sí, mi amor, mientras tanto me baño y vos vigilá el horno.
En la faceta cotidiana, una pareja común y corriente que se respeta y hace del amor un espacio reservado a la ternura y el mutuo compromiso asumido en sagrado matrimonio.
No obstante, aquella noche detecté algo, ese primer signo de distanciamiento, esa primera mirada huidiza, ese primer gesto renuente a la complicidad entre dos personas que se aman, o dijeron amarse.
Desde entonces ejercí una atenta vigilia sobre sus movimientos, sobre su versión de los hechos, sobre su modo de actuar.
Diría que no se daba cuenta.
En verdad bien podría afirmar que jamás se percató de mi creciente observancia sobre su comportamiento. Noté besos de compromiso, al igual que una ciclotímica expresión afectiva y una merma en la entrega sexual.
Indagué sobre los mails, mensajes de texto, llamados, cenas y otros arreglos. La seguí por la calle, estaba atento a su vestimenta, los cambios de tono al hablar, perfumes que usaba, alteraciones anímicas y cualquier señal, por mínima que sea, que delatase su omisión.
En algún momento dado va a caer, me dije. Es inminente.
Noches y días inminentes que no me dejaban descansar.
Noches y días sucesivos que se fueron perdiendo del calendario, donde la fantasía, las imágenes oníricas y la realidad se interpretan en un solo plano, lindante con la locura, con ojos cansados, ojos rojos y afiebrados que buscan la bendición de Dios.
Me veo desde su omnisciente mirada y oigo la súplica.
- Averiguá y obrá en consecuencia.
Y lo hice.
Como un soldadito del Señor, recavé datos que me permitieron asociar sus variados itinerarios alrededor de una senda ofrendada al demonio.
Variopinta esa senda. Senda de cenas con amigas, del descubrimiento del Yoga, de extraños gastos en la tarjeta. Fueron gastos de perfumería, peluquería, buena pilcha o algún curso de estética corporal. Y seguí averiguando. Noté que en el último tiempo había bajado de peso, controlaba tanto su alimentación como sus palabras, medía sus respuestas y poseía un extraño brillo en los ojos.
Si bien era amable, algo me dijo que había gato encerrado.
Ya vas a caer.
Me acompañaba a misa, seguía confesándose con el Padre Carlos Rivoira y mantuvo formalmente sus rituales dentro del dogma.
Tuve pesadillas, presunciones irrevocables y una lacerante angustia que socavaba mis restos de tolerancia.
Un viernes cualquiera, una vez concluida la jornada laboral, mientras aguardaba su próximo arribo al hogar, supe que daría comienzo a un solapado interrogatorio que develaría la infidelidad.
En honor a la verdad, no fue así.
Luego de hilvanar con la mente cada una de sus coartadas (algunas ingeniosas, por cierto), supe que las cartas estaban echadas. Una creciente tensión nos llevó a la habitación del insomnio.
- Buenas noches, mi amor.
- Buenas noches.
La última noche. Noche de fotogramas despedidos por un espíritu perfeccionista que no tolera el engaño. Doble, al menos, ese engaño. Irreversible esta situación. Los sucesivos fotogramas parten de un encuentro casual en la calle. La casualidad no es tal. Sé que pasará por Carlos Calvo al salir del Estudio. Sé que puede detenerse en el bar de siempre a tomarse un cortado, pedir el diario o una revista al mozo tucumano, hacer las palabras cruzadas, hojear el horóscopo y leer los chistes de la última página, pero la sorprendo. Menciono una cobranza por la zona (la cual llevé a cabo), abro la puerta del acompañante (como es costumbre) y le digo que aprovecharemos el tiempo libre para dar una vuelta y pasear.
- Hace mucho que no lo hacemos.
Tiene razón.
Como es distraída, no tiene la menor idea de los barrios que vamos dejando atrás hasta subir a una autopista que le cuesta reconocer.
- ¿A dónde vamos?
- Estamos paseando.
Por momentos excedía la velocidad, pero conducía con aplomo. Dejamos de conversar sobre bueyes perdidos y el silencio se instaló entre ambos con un peso inaudito.
No nos mirábamos.
Si no me equivoco, por vez primera encendió un pucho dentro del auto y abrió la ventanilla. Tomé un desvío y, sin dejar de transitar por calles asfaltadas, el suburbio cobró aspecto de zona industrial venida a menos, entre fábricas abandonadas, casas bajas y precarias, un nuevo desvío y la aparición de una calle de tierra entre pastizales y la maleza creciente.
- ¿Qué hay por acá?
- Nosotros –respondí.
De inmediato encendió otro.
- No me gusta esto.
- A mí tampoco –dije mientras detuve la marcha, lo dejé en punto muerto y puse el freno de mano.
- Ahora bajemos.
- ¿Acá?
- Sí, acá.

__________


Observar el cielo, el atardecer lento y definitivo, mientras extraigo los utensilios necesarios para cumplir con la faena premeditada.
Encapotado ese cielo que no nos cubre ni protege.
De repente, cuando ella arroja el cigarrillo encendido sobre la tierra seca y lo pisa, la tomo por detrás, sujeto sus manos y la ato por las muñecas, ajusto el nudo y hago lo mismo con las piernas tomándola por los tobillos. Luego la observo. Ella también es una criatura de Dios.
Noto que madura con magnífico semblante.
Como dijo alguna vez la vieja, tu mujer envejecerá y se convertirá en una señora elegante y refinada. Tiempo al tiempo. Ahora deberá confesar.
Ayer fue por las buenas.
Hoy será por las malas.
- ¿Vos estás jodiendo?
- No.
Luego asesté un golpe sobre una de sus mejillas. Súbito el golpe. Súbito y preciso. Sonó como un latigazo. Finalmente extraje el arma.
Ella escupió para corroborar si sangraba. No fue así.
- Ahora vas a hablar.
Quedó cabizbaja, con el espeso cabello castaño claro cubriéndole buena parte del rostro. Cabizbaja y anonadada, sin responder.
- Quiero saber en qué andás.
Volvió a escupir.
- ¡Mirame! – grité.
Obedeció.
Temblaba y dijo:
- No entiendo, amor.
- Ajá. ¿Vos entendés lo que es un juramento?
Asintió con la cabeza.
- ¿O es cierto que las mujeres ignoran el sentido del honor? ¿Estás segura?
- Claro que sí.
Empecé a caminar a su alrededor como quien estudia a su presa.
- Bien. ¿Vos te acordás que unos años atrás juramos fidelidad hasta que la muerte nos separe más allá de los embates y avatares que nos ofrezca la vida misma?
Volvió a asentir.
- Entonces ahora tenés la posibilidad de contarme qué fue lo que pasó y porqué me fuiste infiel.
Lo negó. Una y otra vez lo negó. Juró sobre la tumba de su padre que jamás me había engañado. Tampoco ahora. Y juró que nunca lo haría.
Insistí sobre su única oportunidad de sobrevivir al destrabar el seguro del revolver. Volvió a repetir la misma sanata y agregó que quedaba encomendada a la voluntad de Dios.
Dije que tenía una última chance y le apunté a la sien.
Estaba arrodillada y empezó a balbucear alguna oración.
- No hay posibilidad de engaño ante sus ojos, mi amor.
No tuve tiempo de sorprenderme ante la frase despedida.
Apoyé el caño, seguramente frío, sobre la sien, cerré los ojos y gatillé con fuerza.
Un solo disparo. Certero y decisivo el disparo.
Luego oí la caída del cuerpo: como si hubiese caído en dos tiempos ese cuerpo.
- Mi amor –repetí.
Ambos ecos quedaron superpuestos sobre el segundo disparo.
Fue un acto reflejo.
Caño apoyado sobre el paladar y una múltiple explosión que diseminó al ego sobre la infinitud del espacio que no supe ocupar.
Pero la historia retorna a su punto de partida, donde he regresado a mi habitación, he cerrado los ojos y he podido rememorar con una piedra aferrada a la mano.
Y allí la veo, emperifollada en un vestido claro de tono pastel bailando con gracia, suelta, ágil e inocente.
No dejo de observarla.
No dejo de pensar que bien podría ser el amor de mi vida.
Dejo de pensar y me acerco.
Lo hago bailando. Una sonrisa convoca a la otra.
En la escena somos genuinos y elocuentes. Noto algo distinto en su aspecto. No podría precisar qué. Guiño un ojo y lanzo mis primeras palabras. Se gesta la esperada complicidad. Mientras tanto me digo: ¿se podrá narrar una auténtica historia de amor? En el mientras tanto nos sentamos e iniciamos una extensa travesía que aún titila dentro de mis ojos cerrados.
Eso sí: la decisión está tomada, aunque logre evocar tus enormes y rasgados ojos almendrados al decir que sí, esa inconfundible voz grave que embriaga los cinco sentidos, esa delicada entrega que abrió las manos al porvenir cuando dijiste que me amabas, que querías casarte, convertirte en mi mujer, llevar la indeleble estampa de mi apellido puesta en el alma, casi desmayarte cuando reconociste ambas alianzas en tu cuarto de soltera, uncida por el ardor que dijo que sí, acepto, cuando esa voz de arena se quebró y las lágrimas, mezcladas con el rimmel negro, cayeron sobre los encajes del vestido de novia, que fue el que lució tu madre en otra vida, que ya no es ésta, ni es aquella, vida que no cabe en ninguna otra parte, tampoco en las promesas de los hijos que no nacerán, al igual que éstas palabras, nunca vertidas sobre papel, aunque la decisión ya esté tomada y el grabador, supongo, registrará la tonalidad del silencio que se avecina y que otro, a lo mejor, aprenda a oír.
Aquí el perdón no será otorgado.
Aquí nace la idea de un bidón lleno de combustible para amedrentar a la acusada.


III


- …che, vos que siempre estás interesado en los policiales, ¿leíste lo que sucedió alrededor del camino de la Ribera?
- ¿De la Ribera?...¿cuándo?
- Y…unas 5 semanas atrás.
- Me suena. ¿Recordás los nombres?
- No, recuerdo los hechos; es decir, la crónica de los hechos.
- A ver.
- Más que un caso de resonancia, en lo personal, diría que fue un caso enigmático que sigue dándome vueltas por el balero.
- Dale, largá.
- A la vera del canal hallaron 3 cuerpos. El de la mujer carbonizada. Parece ser que al día siguiente otros dos hombres quedaron tendidos en el mismo lugar. Fueron ejecutados con arma de fuego. La Bonaerense hizo el rastrillaje por presunto llamado anónimo. Alguien batió la justa e informó desde un privado la ubicación de los cuerpos.
- Mirá vos. ¿Y qué se conjetura?
- Acá empieza la cuestión, gordo. Oí esto: la mujer era esposa de uno de los occisos del día siguiente. El otro era su hermano. ¿Se entiende? Es decir que los cuñaditos, en principio, fueron ejecutados en el mismo lugar que se prendió fuego a la mina.
- Dale.
- La irrefrenable fuerza del rumor dice que el dorima era un tipo especial, de antaño, de otra época, chapado a la antigua y religioso practicante.
- Judío.
- Posterior. Católico, apostólico y romano. La jermu también. Un matrimonio de larga duración y sin hijos. Mirá que estos boludos no se cuidan, ¿eh?
- A lo mejor tampoco cojen.
- Ésa es buena. La tomo. Escuchá: parece ser que el tipo olfateó un fato en ella.
- No te digo…
- No sabemos si halló la prueba fáctica, aunque las típicas señales estaban. Ella se vuelve coqueta, se cuida, asiste a un gimnasio, sale con amigas, esas cosas. Y el marido la rastrea por donde puede: la sigue, lee mails, supongo que mensajes del celular e inicia una pericia por mano propia. Todos los caminos conducen a Roma, mi amigo. Usted lo sabe. El pobre infeliz, que en paz descanse, también. Es que llegó a roma con las manos vacías y la intuición plagada de fantasmas que lo atormentaban.
- Che, entre paréntesis, ¿quién te batió la data?
- Momento, momentito. Tiempo al tiempo y siga escuchando.
- Meta.
- ¿Querés otro fecha?
- No, estoy bien.
- Mirá, en los barrios, barrios, todo se sabe. Y lo que no se sabe se crea o se inventa. Y se inventa o rumorea o ventila con precisión. Cosa de mandinga, pero así es la cosa. Como te decía, el fulano indagó hasta en las minucias sin comprobar que había pisado el palito. En el mientras tanto de una prolongada espera, siguió hurgando hasta que la tolerancia dijo basta y pasó al interrogatorio sin pena ni gloria. Aparentemente estaban intactas y cubiertas todas y cada una de las coartadas. El hombre de fe cree en la redención y deja como último recurso el perdón ante la confesión del pecado. Pero el pecado, que nunca sabremos si existió, no fue confesado. ¿Y qué hizo el quía? Con disimulo la pasó a buscar con el coche por el laburo y la llevó de paseo hasta acá, a la vera del nuevo camino, donde agudizó el interrogatorio hasta llegar a las últimas consecuencias. Lo tenía planificado, mi amigo. El tipo piró y midió cada paso a dar. Había un bidón con combustible, un encendedor y el ardor de una pasión desbordante. ¿Cómo diferenciar con claridad la pasión, la obsesión y el amor? La dejo picando para otra oportunidad. ¿Te parece? Ya que estamos, digamos que al no haber confesión el hombre la prendió fuego. También pensé que por instinto de supervivencia la mina confesó mintiendo y la prendió fuego por despecho; o bien la descubrió saliendo de un Hotel con el amante y no aflojó ni bajo el agua. En fin. La cuestión no quedó acá. Según dicen, el loco era culo y calzón con el cuñado, el hermano de la jermu, y al día siguiente se lo llevó de paseo mortal al pobre tipo y se lo cargó. Esta vez con arma de fuego.
- ¿Y por qué lo iba a ejecutar al cuñado?
- Buen punto, mi amigo. Acá deberíamos acudir a un profesional en la materia, ya que no tenemos respuestas concretas. Sin embargo, avanzo a tientas con le sexto sentido y me digo que un idealista a ultranza, con la edad del sujeto, es un ser peligroso, un cordero de Dios envuelto en la piel de un lobo salvaje. ¿Me seguís? Creo que fue en busca del cuñado y amigo para corroborar la sospecha letal. El hermano debía de saberlo. Entonces lo puso entre la espada y la pared. Lo presionó y lo llevó al límite. El buen hombre no tenía idea. Y si tenía alguna idea, la encubrió. ¿Es el hermano, no? A mi limitada capacidad de entendimiento algo le dice que no supo nada y tampoco supo defenderse. Imaginate cuando le dijo la justa y le señaló la incineración de la hermana como una Juana de Arco cualquiera. Ahora tenía el arma cargada y le apuntaba. La situación no daba para más. El otro habrá intentado calmarlo, traerlo a la reflexión o tildarlo de loco de mierda, o perverso. O se guardó a silencio y se entregó a la voluntad del destino. Lo demás está cantado. El idealista llegó a una situación visceral. Estaba condenado. No tuvo alternativa: matarlo y luego, de inmediato, inmolarse.
- A lo mejor el testigo existe porque simplemente oyó los disparos.
- Coincido.
- Pero…¿la mujer fue infiel?
- ¿Qué pensás?
- A esta altura ya no pienso nada, tordo.
- Somos dos.
__________


Los oí atentamente. Es llamativo el periplo lógico que atraviesa una adecuada investigación. De haberlo leído en los periódicos y en los medios, hubiese mencionado los mismos razonamientos y me hubiese hecho las mismas preguntas.
El dilema es el del testigo.
El dilema es el deseo más recóndito del testigo.
Ojalá hubiese sobrevivido el otro. Puedo escribir y decir que así fue. Me invento otra realidad, que es la sustancia de estas palabras. No obstante, una y otra vez retornan las imágenes de un equívoco fatal. Llevo portación de arma desde que soy mayor de edad. Presencié entre los cañaverales un ajuste de cuentas que no toleré. Aunque no venga al caso, la conciencia sabe que se estaba representando algo semejante a los abusos que padecí en la infancia. El arma estaba en la presilla de un cinturón, en los puños de papá, sus breves y lacerantes palabras enlazadas al terror ante su presencia.
Como en aquellas oportunidades tan lejanas, volví a orinarme. Cuando lo apuntó empecé a orinarme.
Volví a temblar y ése fue el motivo por el que cerré los ojos.
No ver.
No querer ver.
Clausurar la vista de una atormentada experiencia que regresó impensadamente y oír en la voz del acusador la misma voz del padre. Terrible la convicción de esa voz. Es la voz que dice:
- Es el fin, Juan. Decilo y te salvás.
Entonces se produjo la detonación que detonó mi abrupta reacción.
Antes oí el grito del otro:
¡¡NOOOOOO!!
Sobre su negación fue detonado el disparo que nunca debió de salir.
Aunque parezca inverosímil, me desmayé al instante.
Al recobrar la conciencia, supe que en el instante del fatal equívoco se oyó la voz atronadora de un fantasma. Fue la sarcástica carcajada del fantasma que sigue y seguirá burlándose de mí. El otro testigo. El real. El padre que sigue habitando mis entrañas en busca de una disolución que, más tarde o más temprano, logrará consustanciar.
La materia del sueño y del olvido suele hallar su traducción entre palabras que permanecen en el umbral de una prolongada despedida.
Al volver a despertar en cada mañana, presiento la espesura del silencio que Juan no me podrá otorgar. Es la espesura de una espera sin fin.

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