lunes, 9 de julio de 2007

Partida de defunción

Tu nombre se deshace en mi boca, pero debo nombrarlo . El empleado me requiere la tortuosa labor de deletrearlo. No entiende. Nunca podrá, aunque lo escriba correctamente. Ignora lo que sofalda con su pregunta, tan indiferente para él como lo es el vidrio que la separa de mi balbuceo.



El silabeo actualizó el escarnio de los malos recuerdos. Ya no tengo fuerzas para espantar sus sonidos.

Repiquetean las teclas: aparece tu nombre. Las letras no se esfuman del formulario. Es irónico que se llame partida: no te aleja.

El sufrimiento me rodea, inexpugnable.

Me pide que firme, "aquí y aquí". Lo hago sin firmeza. No es mi firma, es el turbio significado de este momento: tu último rostro perplejo, mi odio sin castigo.

Nadie duda de un infarto masivo, es la principal causa de muerte. Lo corrobora la partida.

El empleado me pide que espere, falta una "firma autorizada" que la "legalice". No tengo prisa, nada me apremia. Ya no. No me espera tu desprecio, tu maltrato, no después de tu última mirada, fija en mis ojos, absorta mientras te desvanecías, con tu cuerpo impotente para arrojarme el vaso con whisky, como todas las noches, mientras me culpabas de tus propias culpas,.

Me acoge la zozobra, me carcome la exigencia de mi reserva. Me hostiga mi cara de circunstancia en el velatorio, la abundancia de llantos y condolencias que se derramaron sobre mí, la respuesta gestual al "cómo fue", el consuelo dado a los que venían a consolarme. Ellos también ignoran.

El empleado me da la partida y me despide con un "buenos días", tan frío como cuando disolví las pastillas en el vaso, dominando el pulso que siempre denostabas por cobarde e irresoluto.

Pero no hay resentimiento definitivo.

Te extraño; me agobia el silencio de la casa.


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