miércoles, 21 de noviembre de 2007

Judith de eso se trata la educación.

Estoy pensando en la flor que está sobre el pecho de Judith.

Tiembla, y la veo niña, su vestido floreado, sus medias con elástico roto. Y aquella vez, yo tapando mi rostro con un diario en la plaza y ella escondiéndose, con una sonrisa. Y las carreras contra el primo, las cuatro amigas del recreo.

Y ahora la flor tiembla sobre el pecho de Judith. Seis años después.


* * *


Pienso en mis clases. Está ella. Ella era un grito suave, una fresa austera. Cantaba su lección más que decirla. Se notaba de lejos su presencia, casi veía sus pasos cortos, trasladados en el silencio. Y ahora la flor está sobre el pecho de Judith que tiembla.

La veo nacer como una oruga, como una potrilla húmeda, relamiendo la baba de su placenta. Ahora, recuerdo los acontecimientos. Los que me llevaron a mí a esta reflexión y a ella, al suelo yaciente con su flor. Un pétalo se ha caído y un tallo se ha cortado.

Con sus venas bajo la piel parece el mapa de los ríos de sus lecciones. Como aquella vez que recitó "los ríos son como grietas" y la clase se rió. Y yo geógrafo... me dí cuenta qué bien me haría besarla. Sí, se me cruzó por la mente sus doce años. Me recliné y le dije, esa vez, disimulando el temblor, "de nuevo Judith".

* * *


Como ahora que estoy con su cuerpo en esta otra Escuela, donde acaba de aprender otra lección y yo, afortunadamente, acabo de enseñarla.

Hace dos días tocó el timbre y vino con su bendita flor. Con su pollera corta, sus piernas de bailarina, su silencio y ese dedo suyo, ese índice, sobre mis labios. Aparté mi corazón y puse doble llave a la puerta. Sonaron sus zapatos guillermina, contra el mosaico y se bajó el cierre. Yo tenía todos los accesorios. Comenzaba la fiesta y le sonreí.

Ella estaba enterada. De mi expulsión de la escuela, de mis aficiones raras, de mis madrugadas entre la basura y del miedo de los vecinos.

Esa misma tarde empujamos las cajas de pizza y los vasos quebrados hacia el lavadero y en una mesa ratona le enseñé mis polvos y mis jeringas.

Tembló suave cuando le inyecté el seno derecho. Le dije tranquila. Traje mi guitarra e hicimos vocales desarticuladas mientras éramos Sandra y Celeste o la Negra y María Bethania.

Luego rompí la guitarra. Ella: como Pete Townshend, yo: como Martín Fierro, ruempo el estrumento por no volverme a tentar -nos cagamos de risa mientras la abrazaba. En aquella Escuela agrietada, ella dijo que los ríos son como venas y yo sonreí también y ella me mostró su cuello y su brazo con puntitos violáceos.

* * *


En el departamento descascarado ya no hay día ni noche por las ventanas tapiadas. Yo estoy con su penumbra, su flor, y la posibilidad de elegirle un futuro distinto.

Porque al fin y al cabo, de eso se trata la Educación.


Leer más...