martes, 16 de septiembre de 2008

Mistura, Lotte

A Stefan y Lotte Zweig

Me gustó, Lotte, cuando dijiste: en la cama, Stefan, bebamos allí. Pensé gratamente: mi compañera.

¿Qué puedo decir de Brasil? ¿Fue nada más que un viento en mi rostro minado? ¿Y qué de los besos de los mulatos mientras recogían la basura de la avenida? ¿Y qué, por fin, de mi descubrimiento de la palabra mistura?



* * *


Hace tanto que el mundo alemán está definido (y no ignoro que ahora un Jefe quiere definirlo aún más) que Brasil me hace volver mil años atrás, a la memoria de lo que nunca tuve. A los poco claros germanos. Cuando no se sabía quién se era. Ni quién pertenecía.

Ahora me dedico al amor, querida Lotte, con ambiciones de ambigüedad. Y ¿quién (o qué) soy?

Allá, en Austria, todo estaba milimetrado. En Río, me sobra margen en la hoja. En una calle culta de una ciudad blanca, vi un borracho que gritaba: Huya ­–por lo que más quiera– salga de Austria. ¿No escucha? Es el tic–tac. Europa es un gran mecanismo de tiempo. ¡Imbécil! El engranaje que no sirve se tira. Todos a un tiempo gritan ‘¡somos libres!’ ¿No lo entiende aún? No hay lugar para desafinados como yo. Le repito: ¡huya que el tic–tac es el de la bomba que no se ve!

¿Soy blanco o negro? ¿Europeo o americano? ¿varón o mujer? O sencillamente: mistura.

El día que puse el pie en latinoamérica, abandoné las ideas claras. Intenté re­hacer mi lógica: ni verdadero ni falso. Bailé con mujeres. Bailé con hombres.

Sin embargo algo se me escapó. Traje mi cuerpo y el tuyo, querida Lotte. Las al­mas, no.

Intenté (inútilmente) desoír los gritos de mi hermano desde Viena, un brazo menos, pidiendo muerte. Tu madre nos exigió desde su exilio que presione para que Brasil entre en guerra. Visité –indeciso– al mismo presi­dente. Y ahí estoy en el muelle de Santos, donde zarpa un batallón inicial de mulatos a la Gran Pelea de los Blancos.

Fue entonces que me di cuenta: nunca salí de Viena.

¡Ya conozco las trampas de Quien nos hizo! Asisto al banquete con mis mandíbulas cosidas de alambre. Si hubiera llegado sin mujer, (querida, esto entiéndelo del único modo) ¡quizás!

¡Cuánto deseé estar de veras! ¡Acercarme infinitamente al misterio de la mezcla! Penetrar un cuerpo de mulata, amarlo y llenarla, llenándome de esperanza. Hubiera podido, entonces, nacer de nuevo en ella, casi hermano de mi hijo misturado. Abrirle a dentelladas la puerta de sus pechos oscuros para ser en su leche mezclada mi san­gre y la suya.

No fue posible. Vos, compañera, eras mi par. Yo y yo. Nada así es realmente fértil. Te amaba, enferma vos, enfermo yo de la misma identidad. No hubo injerto posible: llegamos a la tierra sin salir de nosotros mismos.

Por eso me gustó tanto, Lotte, cuando dijiste: en la cama Stefan, bebamos allí. Y dividiste en dos mitades la botella de veneno sin mistura.




6 comentarios:

Javier F. Noya dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Javier F. Noya dijo...

Bella tragedia de amor, estimado Diego, con distintos tiempos manejados en la nostalgiosa evocación de lo que fue, de lo que se pudo, de lo que no, y de un final inevitable. Y la perdida de la "mistura" que nunca, en realidad, se tuvo; como si fuera la ilusión inacabada por esa nostalgia que la precede ("Traje mi cuerpo y el tuyo, querida Lotte. Las al­mas, no", o "Fue entonces que me di cuenta: nunca salí de Viena")
Y allí beben los amores del holocausto personal, beben como único final existencial, como si el amor no fuera otra cosa que la muerte de esta forma de existencia. Beben veneno, Diego, consuman el deseo de un sentimiento eterno, sin esa mistura que, quizá, los hubiera dejado vivir sin pruritos, como los alemanes de hace miles de años.
Bello, disfruté de la exquisitez de su construcción. Una vez más, y como siempre, lo he disfrutado.

Diego dijo...

Javier, hay un tiempo ido, un tiempo futuro.

Tiempo en el que bebemos largamente al atardecer. Tiempo de la sed.

Donde entremezclamos nuestras voces, y estamos en silencio.

Donde disentimos y acordamos.

Pasamos un platillo con maníes de un lado al otro de la mesa. Y derramamos la cerveza sobre las aceitunas.

Un tiempo donde suspiramos y rescatamos esa angustia íntima.
Y finalmente, de modo disimulado, nos aseguramos que nada más hay en la vida, salvo la amistad.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

La mistura más alla de los tiempos, y como no compartirla con amigos.

Fantastic!

Alejandra Dening dijo...

Esto me gustó mucho: ¿Y qué de los besos de los mulatos mientras recogían la basura de la avenida?

Tiene algo así como un ritmo bukowskiano que me atrapó.

Diego dijo...

Angela,


saludos y gracias!

diego

pd: aun no tengo el alambre necesario y tampoco los besos de los mulatos!