sábado, 6 de enero de 2007

Velo

He asistido al entierro de Dios
en una medianoche que desalojó
a todas las otras noches
       de sus lúgubres expectativas.


Mientras descendía el ataúd
       arrojamos sangre y tierra
sobre nuestra vasta credulidad.

Oímos la letanía
       detrás de álamos y sauces
recortados por una espesa niebla
       que ha fijado la imagen
de nuestra orfandad.

El responso lo celebró el silencio.

La despedida será relatada
por una gota de agua
que ha de posarse en la mano
del invierno.

He asistido al entierro
       de un nombre falso
tan propio como el propio,
tan presuntuoso como el concepto que se atreve
       a la eternidad.

No he contemplado
       un cuerpo yerto;
tampoco su ausencia.

Son siglos y milenios
       transitados por el cauce
de una sola necesidad:
así hemos demolido la morada
de lo genuino.

No obstante,
       percibo en un instante
el epitafio,
       el relámpago
que ilumina
       tanta ceguera,
la fatalidad
       que regresa de todos los oráculos
y la pregunta
       que nunca ha sido escuchada.

El mismo relámpago
       incendia la puerta del misterio
y perfora los bordes
       de un mundo
conquistado por los vestigios del temor.

El mismo relámpago
       se desnuda
e ingresa por la mirada subterránea
       que despejará sombras arcaicas
antes de despertar.

Cae la primera gota
       sobre ojos que no aprendieron
              a llorar.
       


--[por Mariano99]

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