Velo
He asistido al entierro de Dios
en una medianoche que desalojó
a todas las otras noches
de sus lúgubres expectativas.
Mientras descendía el ataúd
arrojamos sangre y tierra
sobre nuestra vasta credulidad.
Oímos la letanía
detrás de álamos y sauces
recortados por una espesa niebla
que ha fijado la imagen
de nuestra orfandad.
El responso lo celebró el silencio.
La despedida será relatada
por una gota de agua
que ha de posarse en la mano
del invierno.
He asistido al entierro
de un nombre falso
tan propio como el propio,
tan presuntuoso como el concepto que se atreve
a la eternidad.
No he contemplado
un cuerpo yerto;
tampoco su ausencia.
Son siglos y milenios
transitados por el cauce
de una sola necesidad:
así hemos demolido la morada
de lo genuino.
No obstante,
percibo en un instante
el epitafio,
el relámpago
que ilumina
tanta ceguera,
la fatalidad
que regresa de todos los oráculos
y la pregunta
que nunca ha sido escuchada.
El mismo relámpago
incendia la puerta del misterio
y perfora los bordes
de un mundo
conquistado por los vestigios del temor.
El mismo relámpago
se desnuda
e ingresa por la mirada subterránea
que despejará sombras arcaicas
antes de despertar.
Cae la primera gota
sobre ojos que no aprendieron
a llorar.
--[por Mariano99]
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