viernes, 13 de abril de 2007

Prólogo para el Héctor

Prólogo [versión 0.1]

Con alegría exultante recibo el pedido de mi gran amigo, Héctor (notable persona) que honre (esas sus palabras) su nuevo libro, con mi prólogo. Sin duda un eslabón más en la cadena de éxitos de venta de sus obras, como lo fueran en el cariñoso recuerdo del público, títulos tales como: "las abejas no aman, danzan" presentado con ovación en el galponcito del centro de fomento "La Cachirla" entre Guernica y Alejandro Korn. Y aquel maravilloso libro cuyo título, tan bien puesto, cuyo título era... bueno, exitazo fue la suelta de libros que hizo Héctor en el tercer estacionamiento de la facultad de etnofagología, lástima que llovía tanto (el día tope de precipitaciones de la década)... me dijo uno que fue que no podía caminar de las hojas reblandecidas y pegadas en los zapatos, creo que lo obligaron a juntar la basura al Héctor.

Sé que los prólogos son molestos, no obstante. Para el lector, obvio, que los saltea casi invariablemente, (a menos que disponga de mucho tiempo libre, cosa que me hace desconfiar del criterio de semejante esgunfio, pensemos en un lector normal mejor) a éste le provoca a menudo un sentimiento de culpa, vagamente inmerecido, por ignorar ese texto previo al libro. Y todos sabemos que comenzar una relación con culpa (aunque no sea una relación con una amante, aunque se trate de un libro, claro está que también podemos pensar esa relación como un cierto "amantazgo", sin ir más lejos el otro día entré al cuarto de mi esposa, y la ví esconder furtivamente un libro bajo su almohada cuando creía que yo no la miraba , como diciendo "este placer es mío, no lo comparto, mi libro y mi consolador nadie los toca")... bueno es por eso que este bendito prólogo me pone en una situación difícil, de la que espero salir airoso, porque los libros de Héctitor, si es que tienen éxito, no cesan de generar rumores inciertos (como lo de ese galpón gélido, entre la algarabía alcohólica de los concurrentes, y las dificultades que tuvieron para cobrarle al Héctor los daños sufridos por el local)...

Claro que son molestos, también para el autor, que puede creer, fatuo él, (¿qué quiso Héctor conmigo? ¡siempre tan ambiguo, bien con dios y con el diablo!), que su libro no necesita prólogo, que sólo los libros de la mersada necesitan un texto previo, además no sabe a quién pedírselo, sabe que desea a la vez superar ese mal trance, que quiere un puente y no una pared, que al lector lo sumerja, lo zambulla en el libro... ¡ahí está! no sabe a quién pedírselo, se muerde las uñas, se atora de rivotriles, y por otro lado... tampoco puede ser tan brillante el prologuista, no debe opacarlo, un líder debe multiplicar subordinados y no competidores. ¿Y si le sale un Judas? Ahí lo tienen, Jesús no escribió ningún libro, ¿y porqué? ¿porqué ehe? Porque el prologador sabe todo esto es que también el prólogo es un salvavidas de plomo. Este prologuero (porque usurpa una función sin oficio) es "nadie" dentro del libro. Justamente sabe que ha sido elegido por su aparente neutralidad, por su medianía, por su falta (antes que por su posesión) de méritos literarios. No hay nada peor que la caca de paloma que ni olor tiene, decía con gran razón el general. No puede ser brillante ni tampoco un pelotudo, ni un forro... Ni Pettinato ni Marley. Ahí está. Solito con su alma. Ni se le ocurra al cazurro este hacer corrección sobre mi actitud de prologante, lo digo de corazón ya que aún le tengo algún afecto (que ahora que lo pienso, no es recíproco, como las actitudes suyas demuestran).

Digamos que este ménage à trois que quieren (que no es otra cosa el encuentro salvaje, impío y perverso de autor, lector y prologuetista en unos pocos centímetros cuadrados) me relega un modestísimo tercer plano ¿o te creías lo de la igualdad en los tríos? Hay dos pelafustanes que quieren entrarse y yo observando, echando mano a cualquier pretexto, fumándome una vela puerca y solitaria. Un estúpido prejuicio impide mi accionar, que yo entregue todo lo que podría entregar. Sí, soy un forro entre la mina y el tipo, la mina-autor, y el varón-lector, porque el cavernícola de Héctor, gozó de ambigua masculinidad, y el lector le entra al libro. O el autor desea que le entre y el lector no quiere. Yo deformándome entre ellos, no siendo yo, estirándome increíblemente, espiritualmente preservativador. Con angustia adivino el momento en que me desechan, en mi breve y prologativo paso: "Chau Forro".

Héctor se fue al carajo. Es un tipo de cuidado. Perseverante (que en él quiere decir rompepelotas), me rogaba "¡Haceme el prólogo!". Otro, luego de la verguenza de "La Cachirla" dedicaba el resto de su vida a coleccionar estampillas. ¡Coraje que tiene el imbécil!

¡Las noches en vela intentando entender las fotocopias rasposas que me dio el gusano! Ni un sope partido lo pone en copias anilladas. Además hacerme analizar su texto de una rampante simpleza sólo atribuible a la incapacidad exacerbada.

Al hijo de perra no le vuelvo a dirigir la palabra.

Pero yo, yo, ¡sé mi venganza! le pediré que me escriba un prólogo.

2 comentarios:

Javier F. Noya dijo...

jajajaja! Buenísimo. Humor, contradicción entre lo que se supone debe ser el prólogo y la confesión de un odio recíproco, o al menos un resentimiento, teñido de un color de vulgaridad de barrio que me fascina. Neologismos por doquier, un ritmo que te hace sentir los vaivenes del sentimiento del narrador...en fin ¡Felicitaciones!

Daniel Ortiz dijo...

Debo haber tardado tanto en leerlo y dejar este comentario, como el prologuista en complacer a Héctor. Divertidísimo (y más superlativos también) crescendo de diatribas exasperadas, en una rivalidad digna del dúo Borges-Carlos Argentino Daneri. Ahora se me ocurre que, para presentar el libro de Mariano -este martes 5 de junio, lean la entrada del día de ayer- podría abrevar en este prólogo. ¡Guarda Mariano, que me despacho con uno así, eh! Tratá de que la copa de vino del brindis me la sirvan antes, el alcohol acrecienta mis sentimientos fraternales.